miércoles, agosto 5

Esto no debería haber pasado


La luz se colaba ya por las rendijas de la persiana y le hizo abrir los ojos. ¿Qué habitación era est…? Vale, bien… Rodrigo.

Ciertamente. Allí estaba y aún con esa perspectiva etílica que le dieron los mojitos de la noche anterior, se veía perfecto en su desnudez. Dios mío, esto había pasado de castaño a oscuro. Había dormido con él. Y aunque pudiese parecer una cosa normal -dormir en la casa alguien después de una noche de copas- para ella, a sus 25 años tenía un significado mayor. Un significado que hizo que empezara a funcionar el engranaje que formaban su conciencia y su pensamiento. Buscaba su ropa interior. Estaba desperdigada por toda la maldita habitación. Se sentó en el borde de la cama. Respiró profundo para no llorar, porque el engranaje mental no hacía más que torturarla. Es cierto, tener novio y acostarse con alguien es más que reprochable, pero… ¿Que tu novio te ningunee no lo es? ¿Que sólo seas su chequera no lo es también? Maldita sea, es día 15 y no tiene un duro en la cuenta corriente… pero eso es lo de menos. El dinero se gana y se pierde y se vuelve a ganar pero cada día que te come la desidia no tiene precio. Cada mala contestación, cada desprecio, cada rechazo. Dos años, tres meses y dos semanas. Ochocientos cuatro días y sólo una mano de recuerdos memorables. Las lágrimas empañaron sus ojos de océano. Ahora no podía llorar, ¡joder! Lo iba a despertar. Es que no tendría que haber pasado todo esto, era ya la séptima vez que se acostaba con Rodrigo y ambos se llevaban prometiendo que no se volvería a repetir. Desde la primera vez.

Lo iba a dejar. Lo había decidido. Se iba a poner esas condenadas bragas y lo iba a dejar. Y no lo iba a dejar porque ella fuese una infiel, no va a colgarse la letra escarlata. Eso se terminaba porque la verdadera infidelidad no era una noche de sexo sino dos años de acritud. Porque la ultrajada era ella y se acabó. Porque lo que no debía haber pasado no eran sus encuentros con Rodrigo sino los ochocientos cuatro días que había pasado con él. Porque una historia vacía y superficial de sexo era lo que le daba sentido a toda su existencia.