Corrí hacía el palacio nuevamente, para buscarlo, atravesándo páramos y superando espejismos. Ahora era yo la asustada: las cenicientas y los relojes no nos llevamos bien y esta vez podía ser demasiado tarde... Había demasiada gente, demasiada confusión y no logré verlo. Contra todo pronóstico me tendió su mano, y allí, mirándonos a los ojos, no había grandes ni pequeños. Magnánimo o lumpen.

El miedo era, sólamente, cuestión de perspectivas... porque el valor del alma, del amor, no entiende de heráldica.